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SÍNDROMES EJEMPLARES 69 Este síndrome genera la continua actualización de tus mails en el Smartphone, estar encadenado al Whastapp, tener que ser original en el Twitter del último final de fút-bol o estar presente en una discusión baladí en tu grupo de LinkedIn. ¡Uff, qué estrés digital! Todavía me acuerdo cuando en mi pueblo llegaba el periódico del día anterior o las noticias se conocían en el telediario de la 9:00h o que te enterabas de los cotilleos en las fiestas de los amigos. ¿Seguro que hemos ganado? Sin duda, estamos en un mundo mejor y con una mayor instantaneidad informativa pero esto necesita de una actitud mental diferente para tener “templanza digital”. Esta nueva competencia de estar en los medios sin ser un medio y querer estar enterado pero sin la ansiedad de estar continuamente a la última se nos antoja fundamental en esta vorágine de continuo flashes informativos. Como decía el mítico entrenador de baloncesto John Wooden: SÍNDROME FOMO LA TIRANÍA DE ESTAR ENTERADO “Disciplínate a ti mismo y así otros no se verán obligados a hacerlo”. Es decir, practica la disciplina digital para tener templanza. Para incentivar esta templanza digital se me ocurre debatir tres ámbitos: una filosofía de vida, unas habilidades personales y tres competencias “emergen-tes ” fruto de esta mixtura tecnológica que configura la vida actual. Todo ello, sin duda, se complicará con relojes, teléfonos, google glass y todos los gadgets tecnológicos que se están inventando y, por tanto, debemos incremen-tar nuestra disciplina digital. En primer lugar, vamos a hablar de una visión filosófica de la vida. Las redes sociales tecnológicas están para quedarse por su raigambre humana porque se trata de poder contar tu vida a otros. Hay gente que no com-prende que vivir sin contarlo no es vivir, como expresa la anécdota del torero Luis Miguel Dominguín después de la primera noche de amor con la actriz Ava Gadner. Luis Miguel se levantó de la cama y se disponía a salir. Ella le pregunta: ¿A dónde vas ahora? Y él contesta rápido: ¿A dónde voy a ir? ¡A contarlo! Contar tus hazañas nimias pero propias es una forma de dar valor a la vida. En las redes sociales la instantaneidad de la información genera un ecosistema propio para contar tu vida a los demás. Esta filosofía de contar tu vida supone la presión por es-tar conectado continuamente y, en fin, de “perder el culo” por estar a la última. Lo primero que tenemos que hacer para superar este síndrome es relativizar el concepto de vivir para contarl, por otro más sibilino de vivir para vivir (a veces lo cuento o a veces simplemente lo disfruto). Las memeces de decir lo insustancial que haces a otros sólo denota la vacuidad de tu vida. Y el misterio de hacer co-sas sin tener que decirlo arropa un perfil más interesante de tu vida. ESTA NUEVA COMPETENCIA DE ESTAR EN LOS MEDIOS SIN SER UN MEDIO Y QUERER ESTAR ENTERADO PERO SIN LA ANSIEDAD DE ESTAR CONTINUAMENTE A LA ÚLTIMA, SE NOS ANTOJA FUNDAMENTAL EN ESTA VORÁGINE DE CONTINUOS FLASHES INFORMATIVOS. Vivir para contar sólo es tan ilógico como ese sólo contar sin vivir que a veces me parece que hacen esas personas pegadas al Smartphone que piensan que son importan-tes por ser los primeros en saber algo que en sí sólo vale por su novedad. El primer paso para tener disciplina que implique templanza digital es contextuar tu vida y lo que cuentas de tu vida en dos esferas interrelacionales pero independientes. Sin Twitter Leonardo Da Vinci podría ha-ber puesto estos 140 caracteres: “Quien de verdad sabe de qué habla no encuentra razones para levantar la voz”. En segundo lugar, hay que desarrollar una serie de habilidades personales que se desarrollan desde nuestra más tierna infancia. Nuestra historia de aprendizaje nos condiciona nuestra forma de vivir en sociedad, de con-seguir refuerzos y de vivir nuestro ocio. En este apartado hay tres habilidades personales que debemos incentivar para conseguir templanza digital: › El valor de la comparación social. En nuestro aprendizaje competitivo imbuido desde nuestra Edu-cación Primaria es fundamental compararse con los otros. Si fulanito hace A o menganito está en X son conversaciones habituales en los entornos familiares y educativos que condicionan nuestra ansiedad a la comparación social. Compararse no es bueno ni malo según qué sentimientos tenemos al compararnos. La ansiedad de la pérdida en la comparación o la falsa ilusión en la ganancia son efectos muy relativos. El tiempo vital y la madurez personal nos deben enseñar que comparar cosas diferentes sólo determina enga-ñarnos con datos. Cada persona es un mundo y en sus circunstancias orteguianas puede compararse para saber cómo está, pero no debe obsesionarse con los resultados. El tiempo y la edad deben servir para decir lo que expresaba el poeta mexicano José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años”. Y en la comparación social lo interesante es meter un criterio de claridad, nada es más iluso que forzar la realidad para tener una buena comparación.


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