Page 23

focus08

23 RECORDABA AHORA CUÁNTO ME HABÍA COSTADO SUSTITUIR PARTE DE MI VOCABULARIO POR LAS PALABRAS Y EXPRESIONES LOCALES. Y RECUERDO CÓMO, AL PRINCIPIO, ME SENTÍA EXTRAÑO OYÉNDOME HABLAR “MI” IDIOMA CON “SUS” PALABRAS, “SUS” FRASES HECHAS Y “SU” ACENTO Y ENTONACIÓN. Una vez reubicado todo en nuestra re-inaugurada casa, ellos se quedaron disfrutando de las vacaciones y yo volví a la que no sólo había sido mi trampolín en la empresa sino mi auténtico hogar estos últimos años, para cerrar los últimos detalles de mi relevo. “¿Cuántas noches le reservo?”. Carolina, la secretaria de Recursos Humanos había formulado, casi rutina-riamente, la pregunta clave. Ya habíamos dejado el apartamento hacía varias semanas y, en situaciones similares, todos los expatriados habrían pasado esos últimos días, al igual que los primeros, en un hotel cercano a las oficinas. En soledad. “No reserves nada, Carolina, dormiré en el apartamen-to”. Había cruzado ayer por la noche el umbral del apartamento después de la cena con mis allegados y hoy volvería a cruzarlo, ya por última vez, para cerrarlo, rumbo al aeropuerto, también por última vez. Me había despertado sin resaca. No había bebido lo suficiente a pesar de la insistencia de mis, ahora ya sí, ex-colaboradores. Para mi reloj biológico pasaban de las once de la mañana, pero dada la diferencia horaria el sol apenas comenzaba a entrar por la persiana del dormito-rio que habíamos dejado entreabierta. Quedaban más de doce horas hasta la llegada de Marcelo, el conductor de Servicios Generales, quien me llevaría al aeropuerto donde tomaría mi último vuelo, dejando atrás definitivamente la ciudad, país y gentes que me habían acogido durante estos años. Preso del jet lag, -apenas llevaba 48 horas en el he-misferio sur-, y de una extraña mezcla de liberación, cansancio y nostalgia, intentaba pensar en qué podía ocupar mi día. Bien empleadas, doce horas pueden dar mucho de sí, y tenía la sensación de que, si no de-cidía pronto qué uso iba a darles, en un par de horas mi blackberry no dejaría de sonar en todo el día. De hecho, en la bandeja de entrada ya se acumulaban una docena de mensajes a los que, una débil vocecita en mi interior, me gritaba que no respondiera. No me abandonaba esa extraña mezcla de libe-ración, cansancio y nostalgia mientras miraba la ciudad despertarse desde la atalaya del balcón de mi apartamento. Una zona residencial para expatriados y parejas jóvenes de la clase alta local, en lo que otrora fuera una zona de almacenes y ahora ocupada por bares y tiendas de diseño. Todo tipo de vehículos de gama alta con cristales tintados abandonando sus caros recintos de seguridad, no sin antes saludar a sus guardianes. En una hora, poco más o menos, sus respectivas parejas repetirán esta escena acompaña-das de sus hijos en edad escolar. Pensaba ahora en todo eso mientras me dirigía a la cocina para intentar improvisar un desayuno con los restos que pudiera hallar en la “helera”, el sustituto local de la “nevera”. Recordaba ahora cuánto me había costado sustituir parte de mi vocabulario y repertorio de frases hechas del “castellano-de-la-madre-patria” (“gallego” en versión local; léase “gashego”, pronun-ciando la “sh” como en “sheriff”) por las palabras y expresiones locales. Y recuerdo cómo, al principio, me sentía extraño oyéndome hablar “mi” idioma con “sus” palabras, “sus” frases hechas y “su” acento y entona-ción. Ahora, pasados los años, me cuesta unos días re-cuperar mi mejor “gallego” en toda su plenitud cuando vuelvo a casa, ya sea por vacaciones, ya por trabajo. Tras una infructuosa búsqueda de víveres por la cocina, tan sólo consigo prepararme un café con leche. El res-to del contenido de la “helera”, abandonado en su frío refugio hace ya varias semanas, me inspira poca con-fianza pesar de su aparentemente excelente conserva-ción. Echo un vistazo a las habitaciones de la casa con la certeza que será el último. Las que hasta hace poco fueron las habitaciones de Juan y Andrés, mis hijos, desprovistas de todo el caos habitual de la adolescen-cia, y con el orden que sólo el vacío puede dar. Un vacío tan solo interrumpido por algunos pequeños montículos de enseres personales en algunos rinco-nes del pasillo. Objetos cuyo escaso valor sentimental no compensaba el coste de ser facturado, y algo de ropa, ya vieja, que si uno ordenaba de menor a mayor podía seguir el crecimiento y cambio de los niños que un día llegaron y de los adolescentes que volvieron. Habían pasado ya un par de horas y la ciudad se mostraba viva y ruidosa por las ventanas abiertas. Era el temido momento de decidir qué abandonaba definitivamente y qué llevaba conmigo en este último viaje. ¿Equipaje de mano? ¿Maleta grande?... ¿Cómo podía tomar esa decisión? ¿Qué criterio podía utilizar a modo de “varita mágica” que me diera una solución fácil, rápida e inequívocamente correcta ante mi conciencia? ¿Podía arriesgarme a la pequeña (o no) posibilidad de que aquello que llevara conmigo se perdiera y no apareciera en el aeropuerto de destino por la cinta? Aún no había empezado a escrutar y seleccionar y ya sentía el miedo de tener que tomar la decisión. ¿Cuántos recuerdos, vivencias y emociones caben en una maleta? ¿Cuánto pesan? ¿6 kg, 9, quizá 12? ¿Excederán de los 115 cm. máximos de la suma de alto, largo y ancho? Y si llega el tan temido “sobrepe-so”, ¿cómo decidiré qué dejo? Pero ahora, la última vez que pisaba este suelo, no podía permitirme el lujo de no decidir, entre otras razones porque no existe nada parecido a no-decidir. Por activa o por pasiva yo decidiría qué volvía conmigo y qué no. Así de claro, así de simple y así de cruel. Entro en la habitación de Andrés, presidida por un inmenso póster de una veterana banda de rock local, y agarro su mochila de trekking. Comienza la búsqueda y captura de objetos. Siento un nudo en el estómago, puede ser la emoción, pueden ser nervios. Quizás, sim-pe y llanamente, será que llevo ya más de tres horas despierto y tengo hambre. Son más de las 9 hora local, las 2 de la tarde para mi vacío estómago, ahora ya sí, otra vez un estómago de horario “gallego”. Me ducho y me visto. Ropa y calzado cómodo. Saldré a comer algo. Me acercaré andando al microcentro o quizás me


focus08
To see the actual publication please follow the link above