Page 24

focus08

24 ORH FOCUS JULIO 2013 quede en el barrio. Finales de agosto, verano europeo e invierno en el cono sur. ¿Qué me pongo sobre la camisa? ¿“Saco” o “campera”, chaqueta o cazadora? “¡Saco!”. Agarro mi chaqueta y salgo de casa. Mi intención original, el bar de la “cuadra”, la manzana en que está el bloque de apartamentos. Pero, una vez en la calle, mis pasos se encaminan hacia el puesto de “panchos” o “perritos calientes” al que solíamos ir en nuestros primeros meses en la ciudad. Un último “pancho” con el que comenzaba a disminuir el peso de los “pesos” en mi bolsillos. Me hallo a pocos minutos del microcentro (¿qué son quince minutos en una ciudad tan enorme como ésta?) y decido encaminar allá mis pasos. Y me confundo como un ciudadano anónimo más en esta ciudad de cafeterías, librerías, teatro y vida en la calle. Hago por última vez todo aquello que ha constituido mi rutina fuera del trabajo. Ojear libros en las librerías y un último café. Y haré por primera vez todo aquello que había decidido posponer para ser disfrutado cuando tuviera tiempo; hoy, apenas unas horas. Las horas pasan, y con ellas todas las primeras y últimas veces. “¿Va a facturar algo?”. Supongo que algo así debió preguntarme la joven del check in, cuando volví de mi repaso mental a estas últimas cuarenta y ocho horas en mi ciudad de adopción. Me hubiera gustado explicarle todo lo que metafóricamente facturaba y llevaba conmigo y todo lo que dejaba atrás, como si lo hubiera facturado sabiendo que nunca llegaría a destino, como tantas y tantas maletas que se pierden conteniendo material valioso, económica y sentimen-talmente y que nunca más vuelve a nosotros. Pero sabía que no podía hacerlo. Ni tenía tiempo, ni ella me habría escuchado. Todo lo que quedaba de esta ciudad y país estaba en esta pequeña mochila que ahora cargaba en mi espalada. Atrás dejaba otras cosas, pero inmateriales. También pesaban, pero en mi ánimo. Atrás, en los recuerdos que quienes me habían conocido pudieran tener de mí. Y conmigo, los recuerdos que me llevaba de mi paso por la empresa, de mis años con ellos. Tanto los míos como los suyos se irían diluyendo con el tiempo. Ahora no quería que fuera así, pero sabía que era eso lo que acabaría pasando, lenta pero irremediablemente. “¿Va a facturar?”, volvió a preguntarme pero esta vez con un tono algo más tajante aunque sin perder su sonrisa. “No, solo llevo equipaje de mano.” Fue mi única respuesta. Tomé las tarjetas de embarque y enfilé hacia el control de seguridad. Recibí un mensaje: “No te olvides de cargar todo el dulce de leche que puedas. Y alfajores”. Y entonces, leyendo aquel mensaje, sentí que aquel era realmente mi último viaje. Hasta enton-ces mis encargos se habían limitado a traer a Buenos Aires, cada vez que iba a la central a reportar o a algún meeting de “no-importa-qué”, todo tipo de comida “nuestra” que echábamos en falta. Pero esta era la primera vez que iba a llevar conmigo aquella comida que había formado parte de nuestra cotidianeidad durante estos años y que ahora iba a dejar de serlo definitivamente. Pasaría el control de seguridad y el de pasaportes y compraría alfajores… y dulce de leche, todo el que pudiera. Y una última botella de vino “Malbec”, por supuesto. Y pediría que me lo precintaran de manera que pudiera pasar el control de seguridad en el ae-ropuerto de conexión sin problemas. Y embarcaría. Y viviría doce horas entre el hogar que dejaba y el hogar que en su día dejé y al que ahora volvía. Doce horas para dejar atrás años, vivencias, éxitos, problemas, amigos, vecinos y colegas. Y doce horas para aterrizar y retomar amigos y familia. Y embarcamos. Dejo mi mochila y las bolsas del duty-free en el portaequipajes y tomo la prensa. “La Nación” primero, “Clarín” después. La prensa calienta el derbi Racing contra Independiente de la próxima semana y que ya no veré. El avión comienza a mover-se por la pista. Miro por última vez por la ventana. Veo la terminal que rápidamente queda atrás. Una parte de mí también. Vuelvo a casa. NOTA / Son muchos los expatriados con los que he tenido la oportunidad de trabajar a lo largo de todos estos años. Sirva este cuento como mi humilde homenaje a ellos en particular -y al resto de nómadas modernos en general- así como, y muy especialmente, a sus familias: los auténticos héroes anónimos de las batallas libradas por los expatriados. TODO LO QUE QUEDABA DE ESTA CIUDAD Y PAÍS ESTABA EN ESTA PEQUEÑA MOCHILA QUE AHORA CARGABA EN MI ESPALADA. ATRÁS DEJABA OTRAS COSAS, PERO INMATERIALES. TAMBIÉN PESABAN, PERO EN MI ÁNIMO. ATRÁS, EN LOS RECUERDOS QUE QUIENES ME HABÍAN CONOCIDO PUDIERAN TENER DE MÍ. MORALEJA / EN CADA EXPATRIADO HABITA UN PERFIL PROFESIONAL, UNA PERSONA, UNA CARRERA, UNA FAMILIA Y SU FUTURO A pesar de la buena gestión que habitualmente se hace de la expatriación, ¿pensamos con el “gran angular” a fin de tener una vista global del expatriado como trabajador y panorámica de él, su familia y carrera? Gestione el lado humano, aunque sólo sea porque es más rentable que no hacerlo. El éxito de una adaptación a un nuevo país y cultura radica a menudo en la completa adaptación de la familia. Gestione al expatriado y su familia en su globalidad. Si ésta no se adapta plenamente, si el destino no cumple con las expectativas de la familia, ello restará energías al expatriado, quizá las energías que pueden demorar su plena adaptación y menguar su desempeño.


focus08
To see the actual publication please follow the link above